JESUCRISTO A TRAVÉS DE SU CORAZÓN
Al
cumplir mis cincuenta años de vida religiosa en la Compañía de Jesús, he querido
ofrecer a todos, pero
en especial a mis amigos, dirigidos y bienhechores, estas breves páginas, en las que
recojo las principales ideas
sobre Jesucristo que en mi predicación he tenido ocasión de exponer.
Que la Santísima Virgen a cuyo Corazón quiero consagrar este sencillo trabajo, se digne bendecirlo para mayor gloria de Dios.
Hay que conocer a Jesucristo
Tenemos necesidad de conocer a Jesucristo. El mismo lo dijo claramente en
el Evangelio.
La vida verdadera, o sea el camino de la salvación, consiste en conocer
a Dios Padre y a quien Dios envió al mundo, Jesucristo.
San Ignacio de Loyola, el que había de pedir tanto en su libro de Ejercicios «conocimiento interno de Cristo», encontró una vez una pobre mujer que al verlo le dijo: «Quiera Dios que se os aparezca Jesucristo». Ese es mi deseo, que a través de estas líneas aparezca ante tu alma JESUCRISTO.
El retrato de Jesucristo
Sin embargo, muchas almas sencillas han llegado a conocer íntimamente a Cristo, y lo han amado porque lo trataron con humildad en el Sagrario.
La psicología de Jesucristo
Todo hombre
tiene su psicología particular. Es sumamente interesante descubrir esta
psicología para entender en última instancia el por qué de sus acciones, de sus
gustos, de sus ideales.
El estudio de su psicología equivale al estudio de su alma. Es el retrato más íntimo de un ser, hay que valuar su vida a través de su psicología, porque así entenderemos todo el sentido que tiene.
Y Jesús tiene su psicología propia. Es el Evangelio el que nos retrata su alma, y espigando en sus páginas veremos los rasgos de esa su psicología de Hijo de Dios y de Hombre verdadero: el Hijo de María.
Las muchedumbres que le seguían por todas partes, olvidadas muchas veces aun de su sustento, pudieron apreciar los rasgos inconfundibles de la psicología de ese Hombre que hablaba como ningún otro hombre había hablado jamás.
Algunos acudían a escucharle por curiosidad. Era un profeta que llevaba en vilo las gentes; había que oírla. ¿Qué dirá ese nuevo maestro de la ley, salido de la aldea pequeña de Nazaret, y que no ha podido estudiar?
Otros, envidiosos, querían cogerle en algún error doctrinal para denunciarlo al Sanedrín. Pero había una gente sencilla que se sentía atraída por Él, que no se cansaba de verlo y de oírlo hablar; y esa gente es la que captaba como nadie la bendita psicología de Jesús; y después de haberle visto y escuchado, sentía que algo divino y humano al mismo tiempo había pasado junto a ellos, dejando un impacto imborrable en sus almas, y bien lo podían concretar en esta frase que recogerá San Lucas: “Ha pasado haciendo bien”; pero que sin duda traducían en su interior, por esta otra: “¡Qué buen corazón tiene...!”
Esta es la psicología de Jesús, la del corazón. Por eso Juan, el Discípulo amado, quien como nadie ha tratado íntimamente al Maestro, hasta escuchar los latidos de su Corazón en aquella noche memorable del Cenáculo, dirá: «Dios es caridad», que en nuestro lenguaje, equivale a esta expresión: «Dios es todo corazón».
No basta fijarnos solo en la inteligencia de Jesús, para explicarnos su modo de proceder y de amar.
El Evangelio está esmaltado de su misericordia e iluminado por los fogonazos de su amor.
Corazón de Dios
Santo Tomás de Aquino dice:
“Cristo es caridad”; esto equivale a decir también, que Jesucristo era todo Corazón. Pero este Corazón está unido
sustancialmente al Verbo de Dios, y por tanto es corazón de Dios.
Los cielos estrellados, el mar, los ríos, las aves con sus trinos y sus plumajes, las fieras y monstruos de las selvas, las flores con el variado encanto de sus pétalos, corolas, aromas... ; pero sobre todo el corazón humano con sus ternuras de madre, o sus arrestos de héroe, todo nos habla de grandeza, de hermosura...Cuadros de belleza en las puestas de sol, en los reflejos de la luna sobre los mares...generosidad de las almas que se aman... primores y delicadezas... Todo dilata nuestro corazón y lo levanta a una belleza muy superior; nos parece que esa naturaleza nos habla como habló a Juan de la Cruz, y nos dice como a él que: “Mil gracias derramando—pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando—con sola su figura—vestidos los dejó con su hermosura”...
Qué será ese Corazón de Jesucristo que eminentemente encierra todo lo bello, todo lo grande... ya que las hermosuras del mundo no son sino una leve aura imitadora de la belleza infinita del Verbo de Dios mirando al cual, Dios pintó cuanto nos admira en este mundo.
Jesús el más hermoso entre los hijos de los hombres, ungido con la unción de la divinidad, que ama y perdona a lo Dios...
Y hablaba no de lo que había aprendido en la tierra, sino de lo que le comunicaba su Padre; por eso los que le oían, tenían que decir: “Nunca un hombre ha hablado así”.
Corazón de hombre
“Si Dios hubiera permanecido sólo Dios, no nos hubiera podido querer
sino de una manera efectiva; pero Dios se dignó encarnar, y el Hombre Dios nos pudo amar de una
manera afectiva”, nos dirá Tomás de Aquino. Se hizo capaz de tener para con
nosotros sentimientos semejantes a los nuestros; es un corazón de
carne lo que late en su
pecho.
Jesús tenía Corazón de hombre, pero ¡Qué Corazón el suyo!... Delicadezas, ternuras, detalles sublimes de afecto encontramos en ese hombre, que si muestra su energía y la fuerza de su carácter cuando en los atrios del templo toma unos cordeles, y el zig-zag del látigo en su mano despeja la Casa de su Padre de los traficantes que la profanaban, sin embargo, ha llorado ante la tumba de un amigo y ha hecho exclamar a sus mismos adversarios: “Mira como le amaba”.
Como se dilataba ese Corazón de hombre al recibir las cascadas de la gracia del espíritu de Dios y vibraba con la vida divina mejor que las arpas eólicas con las brisas de los bosques.
Corazón sensible
Que experimenta ese
sentimiento de compasión, de ternura, cuando ve en el desierto las gentes que le han seguido durante
tres días olvidadas del sustento material.
Entonces el cieguecito, ¿hubiera preferido quedar siempre ciego con tal de que aquella mano no se hubiera retirado de su frente... ?
Corazón de Padre
“El que me ve a mí, ve a mi
Padre” dijo Jesús en su última noche, en aquella velada de adiós.
¡Cómo vive aquí Jesús! aquello que diría Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no alcanza...”
Corazón de Hijo de la Virgen
Todo hombre
tiene parecido con sus progenitores. Jesús vino al mundo de una Madre Virgen;
no tuvo padre de quien tomar parecido. Todo el parecido humano lo tuvo que
recibir de María. De Ella su hermosura física, su fortaleza, sus mismos
modales, su misma psicología... Dios había preparado a María dotándola de las
cualidades más relevantes, de la hermosura física y moral más perfecta que se
ha conocido, para que de Ella pudiese recibir Jesús su parecido. Por eso sin
duda, cuando los Apóstoles reunidos en el Cénaculo después de la ascensión la
contemplaban, les parecía ver en las miradas, en los gestos y ademanes de
aquella Madre a quien Jesús había entregado su Iglesia, una como prolongación
del Maestro a quien habían perdido en la tierra para siempre... Jamás dos
corazones han vibrado al unísono tan perfectamente, jamás dos almas han
sintonizado como el corazón y el alma de Jesús y de María... La Virgen en sus
palabras, en sus criterios, en su modo de apreciar los acontecimientos, rezumaba
lo que de Jesús tenía muy dentro...; por eso sin duda los Apóstoles creían
estar oyendo a Jesús cuando la Virgen les hablaba y les animaba como Madre...
Jesús había recibido la educación de la Virgen, eso que todo hombre recibe de su madre, y que nadie sino ella se lo puede dar... Él era el Hijo del Eterno Padre, pero era también el Hijo de María, su Corazón se parecía tanto al de Ella... Con razón San Juan Eudes dirá: “Jesús, Corazón de María, ten piedad de nosotros”... María es pura transparencia de Cristo, por eso hablando de Ella dirá Dante: “Mira alma a la faz que a Cristo más se asemeja; su sola claridad te puede disponer a ver a Cristo”. Más que San Pablo, pudo decir María: “No soy yo quien vive, sino es Cristo el que vive en mí”...Entre María y Jesús se ha establecido un admirable intercambio, una especie de transfusión espiritual. Por eso, a medida que nuestra unión con María vaya progresando, Ella irá traspasando de su corazón al nuestro sus disposiciones para con Jesús, hasta llegar a darnos su propio corazón para amarle. La única ambición de esta Madre es dar a Jesús al mundo entero y a cada alma en particular. Su amor para con Jesús será nuestro propio amor...La misión de María terminará cuando pueda decir: “Hijos míos por quienes por segunda vez padezco dolores de parto hasta formar a Cristo en vosotros”. Será nuestro nacimiento para el cielo.
Corazón que conquista por amor
Conquistar por el corazón ha sido la táctica de Jesús.
De dos modos se puede conquistar, o por la fuerza o por la amabilidad y
el amor...
En la historia nos encontramos con quienes han querido conquistar por
la fuerza. Pero ese dominio del más fuerte, sólo se ha extendido a un trozo de mapa;
en el interior de las almas no se penetra por la fuerza...
De momento, ante los cañones o las armas nucleares, el más débil ha
tenido que ceder, pero eso no ha sido una verdadera conquista... El oprimido
ha levantado muy pronto la cabeza y ha mordido la mano del opresor...Las
verdaderas conquistas las hace el amor...
Jesús había de conquistar las almas, y sus conquistas las hace por el
corazón. Espigando en el Evangelio, vemos esas almas que se rinden ante la
bondad de Aquel que pasa haciendo bien y sanando a todos.
Por el corazón conquistó los pecadores, atrajo las muchedumbres que le
seguían imantadas por esa dulzura de un hombre que muestra un corazón como no
lo ha tenido nadie...
Esta dulzura ablanda el corazón metalizado y duro. Calienta en llamas
de caridad el corazón frío por el egoísmo de la pasión. Y eleva y revirginiza
el alma que estaba en el fango del vicio más repugnante... Por el amor
conquistó aquellos doce hombres con los que también conquistó el mundo...Que lo
dejaron todo por El, y un día sellaron con su sangre su entrega al Maestro,
cuyo nombre llevaron por toda la tierra...
Por el amor sigue conquistando Jesús tantas almas que lo dejan todo por
El...Almas jóvenes a quienes sonríe el mundo, pero que han escuchado esa voz
del Maestro que les ha dicho: “Ven y sígueme”...y han dado un adiós al mundo, a
los seres queridos...
¡Y Jesús no engaña a nadie! Claramente ha dicho al que le quiere seguir: “Mira yo no tengo bienes de la tierra que darte, soy pobre, no tuve donde reclinar la cabeza; no tengo honra humana, ya lo sabes; dije que era rey, y me pusieron una corona de espinas; unos andrajos de púrpura fue mi manto real, y una caña vacía mi cetro”...Pero era tal el atractivo de ese Corazón, que el alma pasando por encima de todo lo que repugna a nuestra naturaleza, se abrazó con Jesucristo y le siguió hasta la locura santa de la Cruz. Es que Jesús conquista por el amor.
Corazón que hace felices
Se ha dicho que sin amor no hay felicidad. Que sin amor la vida no
merece la pena de vivirla. Todo esto es verdad. Dios nos ha dado un corazón muy
grande, con ansias casi infinitas. Y este corazón nuestro, necesita otro
corazón con quien compartir la vida.
¿Pero se encuentra plenamente ese corazón en la tierra?
El hombre lo busca...y levanta un ídolo del barro, lo envuelve en las
luces de su fantasía, y... llega a convencerse de que lo ha encontrado. Y por
eso lo sube a su altar y quema ante él el incienso de su adoración...Pero, muy
pronto cae en la cuenta de que está adorando un despreciable muñeco... y
avergonzado lo tira por los suelos y lo pisotea... Pero como su corazón
necesita amor, y algo grande qué enamorarse...busca otro ser y vuelve a
elevarlo al altar de sus pensamientos y a rodearlo de todas sus fantasías...y así
hasta el día del supremo desengaño...cuando conozca tarde, muy tarde quizás,
que esas ansias de amor, eran ansias de Dios...porque como nos dirá un
desengañado del amor humano, San Agustín, para llenar esas ansias, Dios no ha
encontrado nada más adecuado que a Sí mismo...Sin El, no le queda sino la capacidad
casi infinita de sufrir...
¡Pero Dios está tan alto...! Ver la luz de su
mirada en los astros del firmamento... ¡El sonido de su voz en el estruendo de
la tempestad, o la púrpura de su manto en las puestas de sol...! Eso está muy
lejos de nosotros que necesitamos palpar y ver.
Por eso Dios
se hizo Hombre sin dejar las grandezas de Dios, y ese Corazón divino y humano
es el que nos puede dar eso que el hombre necesita, eso que nadie le puede dar;
un amor que llene completamente su corazón. Por eso han sido tan felices los
que lo han conocido, los que han llegado a sentir los latidos de ese Corazón
del Dios Hombre. Y como decía aquel preso en las checas de Rusia, pero que
tenía consigo a Jesús-Hostia: “Yo lo amo, y Él me ama; los dos somos felices”.
Así se explica que aquella artista Eva La Valliere, la que en el apogeo de sus triunfos había pensado en el suicidio, al conocer a Cristo de cerca, no obstante su enfermedad y su ceguera, afirmara al que la visitaba: “Puede decir que ha hablado con la mujer más feliz del mundo”.
Corazón que irradia la paz
En la última cena, Jesús dijo: “Mi paz os doy...” Tenía paz para Sí y
para repartir a los demás... Y esto, en la noche en que iba a ser entregado...
Tenía paz. Su corazón sensible como el nuestro, no estaba alterado.
Sufría ante el negro panorama que aparecía ante sus ojos. Penetraba como nadie
en el mar amarguísimo de los dolores que le esperaban.
Todo lo veía porque era Dios, pero rezumaba esa paz que ofrecía a sus
discípulos. Y no era esa falsa paz que da el mundo. El lo dijo: “Yo os la doy,
no como la da el mundo...”
No era una paz estoica, no era el cruzarse de brazos ante el problema
que contemplaba. Era otra paz, la de su Corazón. La paz que se funda en la
unión con la Voluntad divina, la paz de esa entrega en los brazos de su Eterno
Padre; entrega que culminará en el Gólgota momentos antes de expirar, cuando
diga: “Todo se ha cumplido”.
Paz del Corazón de Jesús, cuando ante Anás le crucen el rostro con una
tremenda bofetada. Por eso podrá responder sin perder la serenidad: “Si he
hablado mal, muestra en qué; pero si bien, por qué me hieres”.
Paz ante las interrogaciones de Pilatos, aunque sabía que de sus
respuestas podía depender su libertad o su condenación.
Paz cuando contempló la cruz, que dibujaba su negro perfil ante sus
ojos; y cuando se vio pospuesto a un criminal...!
Paz cuando muere... Jesús tuvo que quedar con un semblante de paz y
serenidad majestuoso. Él era el que venía a dar la paz al mundo, y como había
dicho Isaías: “Era la misma paz...”
Esta es la paz que gozan los que se unen a los sentimientos de ese
Corazón, los que no se buscan a sí mismos, sino que se entregan a buscar la
gloria de El, el reino de Cristo.
Y... esa paz en medio de las tribulaciones y las dificultades... porque se afirma en Jesucristo, que no está sometido a los vaivenes del mundo y a las alternativas del corazón humano. Y como el de Jesús, esos corazones también irradian la paz.
Corazón que pide confianza
Jesús dijo un día: “Venid a mí todos”... Esta palabra salida de lo más
íntimo del Corazón de Jesucristo, es una invitación a la confianza.
“No he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores”, “no son los
sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos”, dijo también en otras
ocasiones. A través de todas estas expresiones, Jesús nos está diciendo que
vayan a EL TODOS, es decir no sólo los buenos, los justos, sino también los
pecadores por miserables que sean.
Jesús no rechaza a nadie. Pero se duele de la desconfianza. En la
tempestad de Tiberíades, cuando dormía en la barca de Pedro mientras los discípulos
luchaban con las olas y el viento, le dolió que sus apóstoles le despertaran
faltos de confianza...
Aquel, “¡sálvanos que perecemos!” está dominado por la desconfianza.
Por eso las palabras de Jesús: “Hombres de poca fe ¿por qué habéis dudado? se
podrían traducir así: ¿es posible que os hayáis creído que yo os iba a dejar
que naufragaseis?” Jesús dormía, pero su Corazón estaba en vela... Llevándolo
a bordo se creyeron perdidos... Eso es lo que le dolió a Jesús.
Teresita del Niño Jesús decía: «Yo no hubiera despertado a Jesús...»
Cuando Pedro aquella otra noche, en el mismo lago, vio venir a Jesús
andando por las aguas, le pidió que le mandara ir a El. Aquella audacia de
Pedro estaba fundada en el amor que tenía al Maestro. Pero hubo un momento en
que Pedro desconfió. Al ver venir hacia sí a aquellas olas crestadas de espuma,
retiró la vista de Jesús, tuvo miedo del mar, pensó que podía hundirse, y al
momento Jesús tuvo que buscar entre las olas la mano de Pedro que le pedía
auxilio; le había faltado la confianza y Jesús tiene que reprenderle también...
“Todo es posible al que cree”. Dijo el Maestro a uno que le pedía un
milagro. Aquel pobrecito confesó humildemente: “Creo Señor, pero aumenta mi
fe”. Eso tenemos que decir tantas veces a Jesús ante el Sagrario. Creemos, pero
también a veces desconfiamos. Si fuéramos almas de gran confianza, todo lo
alcanzaríamos.
Teresita del Niño Jesús decía: “De Jesús se obtiene todo lo que se
espera”.
Es un Dios-Hombre con un corazón abierto. ¿Podemos desconfiar de quien
nos entrega el corazón? Aunque yo pierda la gracia pecando, decía aquel siervo
fiel y amigo verdadero del Corazón de Jesús, el Padre La Colombiére, no perderé
la confianza, pues yo sé que confiando, recuperaré la gracia y me salvaré. Por
eso, también Santa Teresita decía: “Con la misma confianza me arrojaría en el
Corazón de Jesús siendo pura e inocente, que si estuviera cargada de pecados
mortales”...
Esto es lo que agrada a Jesús, una confianza aun en medio de nuestras caídas. Un perdernos en ese mar de misericordia y amor...
Corazón que santifica por amor
El amor es lo que cuenta ante Jesús. Él es amor, y no pide otra cosa,
sino amor.
Cuando Pedro ha prevaricado, cuando por tres veces lanza aquel grito
apóstata: “No conozco a ese hombre”, parece que queda apartado definitivamente
del Maestro. Pero no es así; al fin y al cabo, Pedro amaba a Jesús...aquello
había sido un momento de ofuscación. Por eso sale Pedro y se asoma al atrio a
ver cómo va la causa de Jesús, no le abandona del todo, lo quería demasiado
para eso...Y cuando cruza sus ojos con los de Jesús, Pedro lo comprende todo,
llora y empieza a amarlo más que antes...
En las orillas del mar de Tiberiades, el Maestro está reunido con los
once discípulos después de aquella pesca milagrosa. Allí está Pedro. Parece que
Jesús antes de confirmarlo en el Primado de la Iglesia, le tenía que exigir alguna
retractación de lo que había hecho; parece que debía decirle Jesús a Pedro:
¿Cuento contigo ya de veras? ¿Serás fiel siempre? No es esa la palabra de Jesús
a Pedro, es otra. Lo que cuenta ante Jesús es el amor. Por eso le dice, y por
tres veces, como tres veces le había negado Pedro. “¿Simón hijo de Juan me amas
más que éstos?...” Ya sabe Jesús que Pedro le ama, pero quiere oírlo de sus
labios, quiere que lo diga delante de todos... “Señor Tú sabes todas las cosas,
Tú sabes que te amo...” El amor es lo que regenera, lo que hizo de la pecadora
de Magdala una flor de pureza revirginizada. “A esta mujer se le ha perdonado
mucho, porque ha amado mucho”... dijo Jesús.
Y cuando se trata de un alma pura, de un alma que no ha prevaricado
como fue la de Juan Evangelista, el amor es el que hace de ese discípulo, el predilecto,
el que se reclinará sobre el pecho del Salvador; y todo esto, porque Juan
desde que lo conoció, abrió su corazón al amor de Jesús. Por eso la primera
frase de Juan al Maestro será ésta: “Rabbi ¿ubi habitas?” Es el amor el que
hace a Juan no apartarse ya de Jesús; lo seguirá hasta que lo vea ocultarse,
Sol-Divino, entre la sangre del Gólgota. El amor es fuerte hasta la muerte, es
el que lleva a las almas al heroísmo; y por eso, habrá legiones de almas que lo
dejarán todo, pero ¿por qué?...Es que han sentido el amor de Jesús que las
llama, y en la vela de aquella embarcación donde el misionero marcha dejándolo
todo por las almas, se podrá escribir: “Es el amor de Jesucristo el que me
lleva”...
Su Corazón santifica por el amor... El amor, repito, es lo que cuenta, ante aquel Jesús que es “TODO AMOR”.
Corazón abierto para la intimidad
Jesús fue orador popular. Recorrió la Palestina arrastrando tras de sí
a las muchedumbres, ansiosas de escuchar su palabra.
Las gentes que le oían comentaban sus impresiones y decían: “No ha
habido un hombre que hable así”.
Entonces no existían los medios de comunicación que hay hoy, pero no
obstante nadie ha reunido tantos oyentes, nadie ha movido las masas como
Jesucristo. Es que habla no de lo que le podían enseñar otros hombres, sino de
lo que aprendió en el seno de su Padre Celestial.
Pero Jesús era también un corazón abierto a la intimidad. ¡Cuantas
almas encontraron en ese Corazón de Jesús al amigo verdadero, a quien
únicamente se pueden confiar los secretos más profundos; los dolores más
íntimos, los problemas que más preocupan y hacen sufrir...!
Aunque el Evangelio presente más bien a Jesús hablando a las
muchedumbres; pero cuantas veces con sus discípulos tendría íntimas
confidencias... cuantos de ellos le contarían sus problemas, cuantos volcarían
en su corazón de Padre sus penas, sus ansiedades...
Una noche, en una terraza de Jerusalén, bajo aquel cielo azul oscuro de
Palestina, Jesús está hablando con un hombre que ha buscado aquella hora para
tratar íntimamente a solas con el Maestro los problemas que tanto le
preocupaban. Era Nicodemus que temía a los fariseos, pero que creía era enviado
de Dios...Como habla el Maestro, como le soluciona sus problemas, como se debió
retirar Nicodemus con el corazón lleno de paz después de aquella conversación
íntima.
Cuántas veces trataría así, a solas con Jesús, Pedro, el primero que lo
confesó como Hijo de Dios Vivo, o Juan Evangelista el discípulo de amor fino,
íntimo, que conoció y penetró como ninguno la Divinidad de Jesús.
Era Betania el lugar preferido de Jesús, para sus confidencias con
María, mientras Marta servía afanosamente y preparaba la comida. Como hablaría
en intimidad con Lázaro, a quien llama su amigo, antes de dar este título a sus
discípulos...
Cuántas otras almas afligidas le pedirían audiencia de amor, cuando se
sentían oprimidas por alguna de esas penas hondas que sólo se vuelcan en un
corazón que sabe comprender, como comprendía Jesús...
Y, así sigue entre nosotros en el Sagrario, abierto a la intimidad,
pero sangrando su Corazón porque hay tan pocos, relativamente, que vayan a El
para tratarle de cerca.
Se vive en la superficie, y no se estima la intimidad con el único que puede resolver los problemas del alma.
Corazón remanso en el camino
Jesús que consuela en la intimidad, tuvo que ser para muchas almas un
remanso en el camino de la vida.
El Evangelio nos cuenta algunos encuentros de Jesús con seres que
sufrían. Pero hay que leer entre líneas, y comprender que estos encuentros se
repetirían muchas veces.
Aquel día, después de la resurrección, cuando dos de sus discípulos
iban a Emaús, Jesús se hace encontradizo con ellos.
“¿Qué vais hablando?” les pregunta el Maestro. «Parece que estáis
tristes»...
Qué remanso para aquellas almas encontrar quien se interese por ellas,
por sus penas...Pero sobre todo, qué remanso para aquellos corazones que
arderán al fuego de las palabras de Jesús... Qué transformación la que se va
obrando en ellos, los que salieron desalentados y tristes del Cenáculo, porque
no habían entendido que mediante el fracaso de la Cruz tenía que ser redimido
Israel.
Qué remanso aquel camino en compañía del Maestro, qué paz la que va
invadiendo sus almas...
“Quédate con nosotros”, le dicen. Quieren seguir gozando de aquello
que les da Jesús...y que sólo El pude darlo, porque solo El penetra lo íntimo
del corazón.
Qué remanso aquella cena en la que Jesús parte el pan y se da a
conocer...
Pero ese Jesús sigue brindándonos la paz, invitándonos a gozar de un
remanso en medio de esta vida tan agitada, en medio de este vértigo moderno.
Está en el Sagrario, El habla al alma, El reprende dulcemente, El ofrece al
cansado del largo caminar por la vida, el descanso de su Corazón. El se da a
conocer en el partir del pan de la Eucaristía...
Cuánta falta le hace al hombre de negocios, al joven de ilusiones, al
rendido en brega constante, encontrar el corazón que sea para él, remanso de
paz...
No se encuentra en las criaturas, que no sintonizan con nuestra
alma...Tiene que ser Aquel de quien dijo Job: “Sé que todo lo puedes, y que
ningún pensamiento se te esconde...”
El Corazón de Jesús es el verdadero remanso en el camino...
Corazón que irradia luz sobre el Evangelio
El secreto de la vida de Jesús queda esclarecido cuando sobre su pecho
aparece el Corazón.
La Redención se obró más que por lo que Jesús hizo, por lo que Jesús
era... Una sola súplica de Jesucristo a su Padre hubiera bastado para saldar la
deuda que teníamos contraída por el pecado.
Entonces nos preguntamos: ¿Por qué tantos sufrimientos, tantas
humillaciones, tanto dolor?
Ha muerto Jesús y nos decimos al verle pendiente del madero de la Cruz
¿Por qué ha muerto?
Viene Longinos con la lanza y nos descubre el misterio: EL CORAZON.
Ahora ese Corazón proyecta su luz sobre todo el Evangelio y entendemos
el porqué de toda su vida. ¡Tenía tanto Corazón!
Entendemos a Jesús; el porqué de su pobreza, de sus caminos por la
ingrata Palestina buscando las almas; el porqué de su perdón en la Cruz a sus
enemigos...
Entendemos cómo Jesús no podía ver una desgracia, sin extender su mano
benéfica para remediarla.
Entendemos por qué recibía a los pecadores, no tiene asco de las lacras
humanas, abre sus brazos a todos; porque tenía ¡Tanto Corazón!
Entendemos por qué Jesús, aquel Hombre que sabe enfrentarse con los
elementos y calmar con el ímpetu de su palabra las tempestades del Tiberiades,
que ante los fariseos lanza aquellas palabras y argumentos con los que deja
confundidos a aquellos Maestros de la Ley, y al ver el Templo de su Padre
profanado, arroja con un gesto que nos pudiera parecer violentos, a todos los
traficantes, sin que nadie se le pueda oponer; cuando ve a un pecador humillado
o a los niños inocentes, abre sus brazos porque tiene abierto el Corazón...
La psicología de Jesucristo es la del corazón; y por eso cuando en aquel momento sublime de la historia de la humanidad, el pecho de Jesús es herido por la lanza del soldado y queda abierto el Corazón, podemos penetrar en aquellas riquezas insondables y comprender con luz meridiana el Evangelio; el retrato auténtico de Jesucristo.
Corazón que vive entre nosotros
Jesús murió en la Cruz. Su Corazón se paralizó... Pero muy pronto, al
levantarse El del sepulcro, ese corazón volvió a latir... Y sigue amándonos
en el cielo, y también en la tierra muy cerca de nosotros.
La Eucaristía es una prolongación de la encarnación y de la vida
humana de Jesucristo.
Como nos dice el Tridentino, en la Eucaristía está: “Todo e íntegro
Cristo”; ahí lo podemos ver con los ojos de la fe, vivo como estuvo en Palestina...
El mismo que enardecía las muchedumbres, el que conserva las cicatrices
de los clavos en sus manos y en sus pies, y la llaga abierta de su costado...
Ahí está con ese su cuerpo, el más hermoso entre los hijos de los
hombres, con esa alma de sentimientos tan dulces y delicados, alma de Cristo
que contemplaba la naturaleza y vibraba con ella... Manos de Cristo que tocaron
a los enfermos, que multiplicaron el pan... Su Corazón está ahí, el mismo que
se contrajo de espanto y se dilató de alegría, que lloró ante la vista de
Jerusalén en aquella tarde cuando dijo: “¡Cuántas veces he querido cobijarte
bajo las alas de mi espíritu, pero tú no has querido... !” Corazón que se
conmovió ante los enfermos y lloró ante la tumba del amigo Lázaro...
Ese corazón está ahí, y siente las dulces emociones de un Padre que se ve rodeado de sus hijos, y la amarga soledad del abandono de los que no tienen para Él sino un gesto de indiferencia... Ese Corazón nos espera como esperó al hijo pródigo... como ha esperado a tantos, y te espera a ti cuando estás alejado de El... Aunque parece dormido, está despierto, porque el amor que siente por nosotros le hace estar en vela, vivo por siempre como lo dijo: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”...
Corazón roto por nosotros
Así tuvo que ser, para que de su costado saliese sangre y agua, como
afirma el Evangelista...
No es el frasco de alabastro de la Magdalena que se rompe para esparcir
generosamente el perfume de nardo... Es el Corazón de un Dios roto de dolor y
de amor por los hombres...
¡Jesús nos había dado todo! Su palabra, su perdón, su ejemplo, su
cuerpo en la Eucaristía, y ahora su vida hilo a hilo... Hasta su Madre, ese
tesoro que el hombre a nadie entrega... Ya está muerto, sus labios habían dicho
aquella palabra: “Todo está cumplido”, como si dijera: no puedo hacer más...
Pero el amor es insaciable, quiere darnos las últimas gotas de sangre
que le quedaban; su corazón roto también para nosotros.
No entendió Judas la prodigalidad santa de Magdalena... ¿Para qué este
derroche de perfume?, bastaban unas gotas... El amor no usa de cuenta-gotas, y
aquella pecadora que amó mucho, rompió el frasco... todo para Jesús.
Tampoco entienden muchos este gesto de Jesús, del Dios-Hombre que rompe
su Corazón; es que quiere entregarlo todo...
Y al mismo
tiempo, se rasgaba el velo del Templo que ocultaba el Sancta Sanctorum; ya todo
está patente, está abierto para nosotros... Ya por su Corazón herido podemos
llegar a lo más íntimo de su divinidad, como nos dirá San Alberto Magno: “Per
vicera humanitatis, ad intima divinitatis”, es decir: por el Corazón de
Jesucristo, a lo más recóndito de Dios.
Si al decir en el Evangelio aquella frase: “venid a Mí todos”, debió sin duda abrir sus brazos, ahora con los brazos clavados a la cruz, abiertos al amor, y con su corazón roto, nos dice de nuevo: “Venid todos a Mí... que mi Corazón está abierto para que penetréis en él...”
Corazón generoso a lo Dios
Así, a lo Dios. No según el módulo de nuestro pobre corazón de tierra.
Los que acudían a Él, pedían a lo humano; pero Jesús da a lo divino, a
lo Dios...
El pródigo sólo le pide trabajo entre los jornaleros de su casa; pero
Jesús, ese Padre del pródigo, le abraza como a hijo y celebra con un festín su
vuelta...
El buen ladrón en la cruz sólo le pide un recuerdo cuando vaya a su
reino; pero Jesús le promete el Paraíso, para ese mismo día.
Nada le pide la Magdalena; pero Jesús no sólo le perdona sus pecados,
sino que nos la presenta como modelo de amor...
¿Qué habían dejado los Apóstoles por Cristo? Una pobre barca... unas
redes remendadas...
Pero Jesús les dice que por eso, se sentarán en doce tronos para juzgar
las tribus de Israel.
Y al que deje padre o madre o esposa... o tierras...; el cien doblado
en esta vida, y luego la vida eterna...
“Es más hermoso el dar que el recibir”... -ha dicho-, estas palabras
son el eco de un generoso corazón...
Advierte Jesús -como hemos visto- que Zaqueo ha corrido para conocerle
y se ha subido a un árbol sin miedo al ridículo; y Jesús se convida a comer en
su casa, para llevar la salvación a ese corazón metalizado...
“Dame de beber”, le ha dicho a la Samaritana; y en pago le promete un
manantial que mana agua de vida eterna.
¡Si conociéramos este don de Dios! ¡Si penetrásemos en lo que San
Pablo llama “riquezas investigables de Cristo!”.
Queremos pedir a Jesús, y como al mendigo de Tagore, Él se nos adelanta
y nos dice: “¿Y tú qué me das?” Es que quiere que le demos, para poder darnos a
lo Dios!
Santo Tomás por aquel gesto valiente de amor a Cristo que había tenido cuando dijo: “vayamos y si es necesario, muramos con El”, ahora podrá introducir su mano en el Costado del Salvador, no obstante su incredulidad... La mano que más cerca ha estado del Corazón de Cristo, la de Santo Tomás.
Corazón de Buen Pastor
«Yo soy el Buen Pastor», dijo, Jesús...
Bellísima parábola, instantánea de su mismo Corazón... El Buen Pastor
ha salido al campo con sus ovejas, ha cuidado de ellas, se ha fatigado para
llevarlas a los fecundos pastos, a las fuentes de agua limpia...
Pero aquella tarde cruda de invierno, regresa a su cabaña para encerrar
en el aprisco su rebaño de cien ovejas, y advierte que le falta una...
El aire frío cruzaba como un látigo el rostro del pastor. Está cansado
de la jornada del día...
Su cabaña caliente le brinda el reposo... el alimento... Pero el buen
pastor no puede reposar... ¿Dónde estará su ovejita? La que él reconoce por su
nombre.
La tarde ha caído ya... fuera de su cabaña, el frío, las negruras de la
noche... a lo lejos los aullidos del lobo... Pero el buen pastor no puede reposar...
Y emprende
el camino en busca de la oveja extraviada... Sus pies se hieren con las zarzas
del camino, pero el buen pastor se siente feliz porque a la mañana siguiente
alumbró la luz del sol la ovejita perdida sobre sus hombros, muy cerca de su
corazón.
Este es el
Corazón de Jesucristo a través del Evangelio… Así buscó El las almas…
Oveja perdida es Pedro, en aquella noche fatal de cobardías y negaciones; pero Jesús es el Buen Pastor… En el atrio del Pontífice busca con su mirada a aquel discípulo que le ha traicionado… Las manos de Jesús están atadas; no puede extenderlas hacia Pedro para levantarlo como hiciera en las olas de Tiberíades…; por eso concentra Jesús todo su Corazón en una de sus miradas. Los ojos de Cristo se cruzan con los ojos de Pedro, y le dice tanto ese Buen Pastor a su oveja, que de los ojos de Pedro brota una fuente de lágrimas de contrición y de amor… En medio de sus dolores, en esa noche Jesús tuvo que sentirse feliz, porque había encontrado la oveja perdida, que ya no apartará de Él jamás…!
Corazón luz en las tinieblas
Juan XXIII había dicho con frase certera, que el mundo actual
necesitaba la luz del Corazón de Jesús para que lo iluminara, lo serenara y lo
enardeciera...
El mundo pagano tenía ansias de la verdad, de esa luz de la
inteligencia. Las Academias y el Peripato lo muestran claramente... Pero
Platón en un momento de sinceridad había dicho: “La verdad nos tiene que venir
de arriba”.
El pueblo judío buscaba con ansias al que se presentaba como Maestro de
verdad... Los Profetas habían vaticinado que a la venida del Mesías el pueblo
que estaba en tinieblas vería una luz muy grande.
Jesús, el que encendió en el cielo la estrella que iluminó el corazón
de los Magos, una tarde, en el Templo de Jerusalén colocándose tal vez delante
de aquel candelabro de oro que irradiaba sus siete luces, dijo: “Yo , soy la
luz del mundo”. Más tarde, esa luz brotará de su mismo Corazón, y El dirá:
“Mira este Corazón...”
En la noche de la Vigilia Pascual, cuando las luces del templo están
apagadas, aparece el sacerdote con el cirio encendido, figura de Cristo, y por
tres veces dice en alta voz: “LUZ DE CRISTO”.
Sí, luz de Cristo, luz de su Corazón nos hace falta para que nos haga
amar lo que El amó, esto es, a todos los hombres, porque son algo de Dios,
hijos suyos, hermanos de un mismo Padre... Y nos haga odiar lo que El odió,
esto es, el mundo, por el cual dijo que no oraba... el mundo de la concupiscencia...
En vano los hombres querrán con sus inventos iluminar el mundo. La ciencia humana no puede
resolver los problemas del alma. Necesitamos la luz de Cristo que nos de esa
paz que sólo El puede dar, la luz de su Corazón que nos dé ese calor, para que
sepamos ser fuego de Cristo...
En medio de este confusionismo moderno, solo la luz de su Corazón puede darnos ese criterio sobrenatural para juzgar el mundo que nos rodea, para saber interpretar todo a lo Cristo, con esa caridad que en El tiene su raíz y su cimiento...
Corazón que serena las almas
El mundo está agitado, parece que vivimos en una era de inestabilidad...
¿Qué sucederá mañana?
Parece que no nos podemos fiar de nadie ¿A dónde vamos?...
La humanidad corre veloz; pero sin dirección y sin frenos...
En medio de esta agitación y desconfianza, resuena la voz de Jesús que
nos dice como a sus discípulos: “Tened confianza”.
No podemos nada, somos débiles ante lo que se presenta a nuestra vista,
pero sabemos que ese Jesús tiene un corazón como no lo ha podido tener nadie...
y sabemos que al entregarnos a Él, damos un salto en el vacío, pero para encontrarnos
con sus brazos.
El paracaidista se lanza al aire, y no sabe dónde caerá; por eso,
siempre tiene miedo... Nosotros sabemos que confiando en Jesús, Él nos abre su
Corazón, y esa luz serena el alma, porque Él ha dicho: “En el mundo padeceréis
aprietos, pero tened confianza. Yo he vencido al mundo”.
Viviremos la omnipotencia del débil... El niño pequeño tiene poca
estatura, no puede por sí mismo alcanzar el objeto elevado, pero su padre lo
coge en brazos; no tiene fuerzas para defenderse, pero tiene las de su padre
que lo defiende, y por eso se siente seguro... Así el alma que se entrega de
veras a la providencia y al amor de ese Corazón con el que cuenta siempre:
porque es el Corazón de su Padre.
Este Corazón no abandona nunca, ni en la vida, ni menos a la hora de la muerte... Por eso se ha dicho: “Qué alegría morir después de haber amado mucho y haber confiado en el Corazón de Aquel que nos ha de juzgar”.
Corazón que enardece
Jesús había dicho: “Yo he venido a traer fuego a la tierra, y qué quiero
sino que ese fuego prenda...”
El mundo físico, como han dicho los astrónomos, se está enfriando; qué
diremos del mundo moral...!
Se está apagando el AMOR... ¿por qué? ¿No será porque el mundo se está
apartando del Evangelio de Cristo...!
El ateismo y su consecuencia, el materialismo, lo están invadiendo
todo. No se vive esa caridad cristiana, única que nos puede enardecer, porque
no se vive en la fe de Jesucristo que nos amó y se entregó por nosotros, como
dice San Pablo.
Por eso tenemos que mirar a Aquel a quien traspasaron con la lanza en
el Calvario, y que un día en mitad del siglo XVII abrió su pecho y dijo: “Mira
este Corazón que tanto ha amado a los hombres”. Ese fuego de Cristo, de su
Corazón, es el único que puede recalentar este mundo frío y senescente como el
mismo Jesús en Paray le dijo a un alma santa.
León XIII, aquel astro de primera magnitud en la historia del Papado,
dijo: Que por medio de este amor del Corazón de Cristo, es como se pueden
esperar maravillas semejantes a las de Pentecostés, luz para las inteligencias
y fuego para los corazones.
Hay quienes se cansan en la vida espiritual... Por eso vuelven
las espaldas a Cristo, a su Cruz... Y ante el Jesús del Pretorio, lanzan aquel
grito del pueblo deicida: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. Es que
para seguir al Cristo humillado, austero, herido, hecho el oprobio del mundo,
hace falta amor y mucho amor...
Por eso las almas que aman de veras a Cristo, las que han penetrado en las riquezas de su Corazón, son las que no se cansan y dicen: “Nos conviene que Él reine sobre nosotros”... Están enardecidas... “La caridad de Cristo nos impele”...como dirá también San Pablo.
Corazón amable y sencillo
El pueblo judío en general no esperaba un Mesías sencillo ni humilde.
Ellos esperaban un Mesías triunfador a lo humano, cuyo carro de gloria rodaría
por los campos de Sión aplastando a sus enemigos. Había de levantar arcos de
triunfo acariciados con auras de libertad.
Pero Jesús aparece sencillo, en la pobreza de un niño que viene al
mundo entre las pajas de un pesebre. No se presentará en el ágora de Atenas, ni
en el foro romano. No hará resonar su voz ante los filósofos griegos, ni ante
los cónsules o pretores de la ciudad de los Césares... Escoge unos pobres
pescadores; con ellos tiene sus íntimas conversaciones sobre el Reino que Él
viene a implantar en la tierra; atiende principalmente a los humildes; a nadie
desprecia por muy pecador que sea...; y cuando los niños vengan a juguetear en
torno a Él, impedirá que sus discípulos los retiren, y exclamará: “Dejad que
los niños se acerquen a mí”. No se desdeñará de sentarlos sobre sus rodillas y
estrecharlos contra su corazón.
Cuando entre en Jerusalén el día de su triunfo, aparecerá manso y
humilde sentado sobre un jumento.
Todos tienen confianza para acercarse a Él...; aun los pecadores más
repugnantes se postrarán a sus pies, porque saben que no rechaza a nadie...
Jesús tiene un Corazón que sintoniza con todos en su encantadora sencillez...
Él mismo había hecho su retrato cuando dijo: «Aprended de Mi que tengo
un corazón amable y sencillo»!...
¡Cómo vemos aquí el interior de Jesús a través de su mismo corazón...!
Corazón lleno de amor a todos
Cuando el sol se va a ocultar, parece que al despedirse de nosotros,
quiere dejarnos la grata impresión de su puesta, nubes rosadas, oro y púrpura...
Así entrevemos su luz más hermosa que nunca...
Cuando Jesús en el Cenáculo se despide de sus discípulos, irradia de su
corazón una luz nueva, una llama de caridad, lo más hermoso de su amor, que
quiere expandirlo a todos los hombres, sus hijos...
El corazón aflora a sus labios divinos, y dice: “Amaos los unos a los
otros, como Yo os he amado”. Este es su mandamiento. Esto es lo que pide su
corazón...
El ha pasado como una llama de amor. Ha pasado haciendo bien y sanando
a todos. A los enfermos del cuerpo y sobre todo, a los enfermos del alma; y
quiere que nosotros tengamos en nuestra vida, en nuestro modo de actuar con los
demás, ese sello de “caridad”.
Pero esa
caridad cristiana, debe tener en Cristo su raíz. Hemos de amar a nuestros
hermanos porque son hijos de Dios, algo suyo, algo que El amó... Tenemos que
ver a Cristo bajo esos accidentes de harapos, de ingratitudes, de enfermedades
repugnantes, incluso de pecados y vicios, como vemos con los ojos de la fe a
Cristo a través de los accidentes eucarísticos... Así nos ve a nosotros Jesús,
no obstante nuestras miserias, nos ve como algo de su Eterno Padre...
Por eso en el Gólgota, al extender sus brazos en la Cruz para consumar su sacrificio, abarca toda la humanidad y de sus labios sale aquella expresión que no puede dictar la fría inteligencia; es el último fogonazo de su Corazón: «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen». Es que como Sumo y Eterno Sacerdote, ha visto la imagen de su Eterno Padre a través de nuestros crímenes y miserias... Este es el ejemplo supremo de la verdadera CARIDAD.
Corazón que pide corredención
Jesús en la Cruz ha inclinado su cabeza como una flor que se marchita.
Sus labios secos parece que están diciendo: yo duermo, pero mi Corazón vela. No
ha muerto su amor...
María estaba al pie de la Cruz, tuvo que ser la primera que vio ese
corazón abatido por la lanza del soldado, la primera que lo adoro con amor
corredentor...
Ella estaba asociada a la Obra de Jesús, la redención del mundo. Había
vivido con ese Hijo en una intimidad, como no la han podido tener dos corazones
en el mundo. Había participado de sus alegrías y de sus amarguras. Días felices
en Nazaret. Horas de triunfo de Jesús que se presenta al mundo... A los oídos
de María habían llegado las bendiciones de las muchedumbres alimentadas
milagrosamente en el desierto; las bendiciones de las madres que habían
estrechado a sus hijos vueltos por El a la vida; de los ciegos, de los
leprosos... Pero también había sentido como nadie, las ingratitudes, las
envidias, las falsas acusaciones; y ahora toda la tragedia final... Ella está
asociada como ninguna otra criatura al dolor de ese corazón partido de la
lanza.
Jesús ha muerto físicamente, pero Ella muere místicamente la más
dolorosa de las muertes después de la del Salvador... María es como el sacerdote
que inmola al Eterno Padre esa Hostia que es vida de su vida sobre el ara del
Calvario...
Nuestra vida de cristianos auténticos ha de ser vida de corredentores a imitación de María, tenemos que sintonizar con ese Corazón de Cristo y, asociados a El, inmolamos con nuestras alegrías y nuestras tristezas, con nuestras horas de triunfo y de fracaso humano, para ser también participantes de su sacerdocio por la salvación del mundo. Eso nos pide Jesús con su corazón abierto para todos los hombres; esto es lo que El siente y desea...
Corazón que pide correspondencia
Juan, el discípulo amado, está en el Gólgota, es el único de los
discípulos que ve morir al Maestro. Sobre el pecho del Salvador en el Cenáculo
había escuchado los latidos de ese Corazón que amó hasta el extremo...Ahora es
el único entre los doce que ve el costado de Jesús abierto, el que pudo
contemplar su mismo corazón roto...
Juan el discípulo virgen, había gozado de grandes intimidades con
Jesucristo... de sus labios moribundos había escuchado aquella palabra: “Hijo
ahí tienes a tu Madre”.
Juan había sido siempre fiel. Era un joven, cuyo corazón no se había
abierto a ningún amor de la tierra. Conoce a Jesús y aquel corazón juvenil ya
no amará más que a Él; aun de la hora en que lo conoció, se acordará: “eran
–dice- como las cuatro de la tarde”. Siempre le seguirá muy de cerca y ahora
corresponde más a ese amor; está en el Calvario, fiel sin temor ni a la prisión
ni a la muerte...
En Juan Evangelista se cumple aquello de que el amor es fuerte hasta la
muerte. Es un amor fino que jamás se olvidará de Jesús; de su corazón y de su
pensamiento no se apartará el recuerdo de Jesús. Ni cuando contemple los
paisajes de Palestina, las puestas de sol, las flores y los ríos... En todo
verá un destello de Jesús... Más que el autor del Cántico Espiritual, podrá
decir al mirar las ondas de ese mar de Tiberiades espejo tantas veces del Maestro:
“¡Oh cristalina fuente - si en esos tus semblantes plateados - formases de
repente - los ojos regalados - que tengo yo en mi alma retratados!”
Y es un amor que teme por la suerte de Jesús y le pregunta cuando le oye decir que hay uno que le traiciona: “Señor ¿quién es?” Y es un amor que descansa en Jesucristo como lo mostró en el lago, en la mañana pintoresca de la pesca milagrosa... Conoce la voz de Jesús: “Dominus est”, Sí, es el Señor; y el corazón de Juan respira tranquilo; ya tiene allí a quien tanto ama. Eso pide Jesucristo, que descansemos en su amor, en su Corazón, y que estemos seguros junto a El. Así corresponderemos a su amor...
Corazón que pide reparación
Se ha dicho que los héroes de las tragedias griegas encarnaban la vida
de aquella nación. Algo así podemos decir de las figuras del Evangelio, son la
encarnación de la humanidad: parecen figuras universales...
Entre éstas, se presenta la figura de la pecadora de Magdala. Las
leyendas Talmúdicas nos hablan de esa mujer de corazón de fuego, de su
figura arrogante, de su cabellera de oro, de sus perfumes orientales... Pero
aquella mujer había tirado su hermoso corazón a un charco de fango, era una
flor ajada y marchita que todo el mundo pisotea y desprecia... Pero en manos de
Jesús se va convirtiendo en una azucena revirginizada por el amor... Ya sabemos
la escena de la casa de Simón el Leproso... Y como Jesús ha dicho: “A esta
mujer se le ha perdonado mucho, porque ha amado mucho”...
Hay quien ha supuesto que Magdalena se convirtió al oír a Jesús en el
sermón del monte, cuando el Maestro dijo: “Bienaventurados los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios”. Ella ha contrastado su vida depravada con
aquella pureza de que habla el divino Nazareno, ella quiere ser pura para ver
también a Dios... Jesús es sin duda el Mesías, piensa Magdalena, nadie puede
hablar así, ni hacer esos milagros. Ese amor puro de Jesús es el que su alma
necesitaba. Y Magdalena va en pos de Jesucristo y le sigue hasta el Calvario,
hasta la locura de la Cruz... Y no deja de amarlo aun a través de la fría losa
del sepulcro...
Ha estado en el Gólgota. Junto a la Madre Virgen y el Discípulo amado,
está ella sin temor a las críticas ni las deshonras; el amor es fuerte hasta la
muerte, y ella pudo ver también el costado abierto del Salvador, y ese corazón
que entregará aun las últimas gotas de sangre que le quedaban... Y Magdalena
le ofrece amor, amor de reparación, lo que puede ofrecer el pecador arrepentido,
que Jesús no desprecia. La Magdalena regenerada es objeto de la envidia y del
amor aun de las almas más santas y virginales. El amor de reparación todo lo
borra, todo lo dignifica...
“Un alma verdaderamente reparadora vale por mil pecadores”, dijo Jesús
en Paray.
¡Cómo se conoce así la psicología de Jesucristo ¡ES TODO CORAZON!
Corazón que se complace en las almas virginales
El pueblo de Israel amaba mucho la fecundidad matrimonial, pero no
conocía ni estimaba las grandezas de la virginidad.
Muchos autores han querido señalar el llanto de la hija de Jefté, como
una muestra de esa desestima de una virginidad consagrada a Dios.
Roma aunque rodeó a las vírgenes Vestales de toda clase de privilegios,
no obstante tuvo muchas veces que apelar a la fuerza para conseguir que un
número muy reducido de jóvenes quisieran conservarse vírgenes, para custodiar
el fuego sagrado de la diosa Vesta.
Pero Jesús creará en torno suyo un ambiente virginal. Si César en un
momento de arrogancia dijo: “Yo golpeo la tierra con mi planta y hago brotar
las legiones de soldados”, Jesús pudo decir con mucha más verdad, que al poner
su planta sobre el mundo, hizo brotar las legiones de las almas virginales.
Nació entre dos azucenas: su Madre virgen, y San José, esposo virginal
de María. Murió entre dos azucenas, su misma Madre y el discípulo virgen Juan
Evangelista.
Si el corazón de Cristo toma como diversos matices al reflejar su luz
sobre las almas, y en los pecadores es el de la misericordia, y en los que
sufren, el de la compasión; en las almas virginales toma el matiz de la complacencia.
Qué interesante aquella página del Evangelio, cuando Jesús sienta sobre
sus rodillas a esos niños pequeños y los estrecha contra su corazón. Cómo los
ojos del Maestro contemplan esas almas puras y virginales, y cómo llega a
decir: “Si no os hacéis como uno de estos niños no entrareis en el reino de los
cielos”.
Entre los discípulos del Señor, hay uno a quien El amaba muy
especialmente. Ya lo sabemos, era Juan, y muchos autores afirman que esta preferencia
la obtuvo del Maestro por ser virgen.
Por eso le permite lo que no permitió a ninguno, ni aun al mismo Pedro
el elegido para piedra fundamental de la Iglesia, que se recline sobre su
corazón en aquella noche memorable de la última cena. Por eso también por manos
de Juan nos entregará a su Madre por madre nuestra.
De aquí podemos colegir cual sería la complacencia que experimentaría
el Salvador al tratar con su Madre la Virgen por excelencia... Y si Juan el
Discípulo Amado se eleva cual águila para contemplar en su cuarto Evangelio la
divinidad de Jesús, como ningún otro de los Evangelistas, cómo la Santísima
Virgen penetraría en las intimidades de ese Corazón de Dios y de hombre
perfecto.
Hay una página evangélica que nos muestra a un joven delante de Jesús.
Es aquel joven rico que le pregunta: “Maestro bueno ¿qué tengo que hacer para
alcanzar la vida eterna?” Ya sabemos cómo Jesús le enumera los mandatos; y
cuando escucha de labios de aquel joven que los ha guardado todos desde sus
primeros años, Jesús lo miró con una de esas miradas de infinita complacencia,
y lo invitó a que renunciara todo por seguirle.
Si el corazón de aquel joven se hubiera abierto en esos momentos al
amor de Jesús y le hubiera consagrado todo su amor virginal, a donde hubiera
llegado ese joven, ¿hubiera sido otro Juan Evangelista?
Pero no cayó en el vacío aquella mirada. En el decurso de los siglos el Maestro ha seguido mirando a muchos jóvenes, y su Corazón se ha complacido, porque esas almas virginales le han entregado para siempre su corazón con un amor entero e indiviso...
Corazón que se abraza con la Cruz
Jesús contempla la cruz. El Presidente Romano ha pronunciado aquella
frase ritual: “Ibis ad crucero” irás a la cruz. Y Jesús tuvo que sentir ese
horrible traumatismo que nosotros difícilmente podemos comprender, porque la
cruz hoy para nosotros es un símbolo de victoria, algo glorioso... Cruces de
oro y pedrería, cruces laureadas, cruces que rematan las góticas agujas de las
catedrales...
Pero en tiempos de Jesús era la cruz el cadalso infame de los ajusticiados.
Aun el mismo Deuteronomio tenía aquella frase: “Maldito el hombre que pende de
un madero”.
Por eso el corazón de Cristo debió sentir naturalmente una impresión
espantosa al ver la cruz. Pero El no la veía como nosotros vemos la cruz que
viene sobre nuestros hombros.
El la veía en toda su crudeza sí, pero tamizada por las manos de su
Eterno Padre, y por eso se abrazará con ella y se dejará clavar con clavos de
hierro, porque está clavado antes con los clavos del amor...Amor a su Eterno
Padre, y amor a nosotros los hijos que El va a redimir...
Por eso también en el Gólgota, cuando sus enemigos le digan: «baja de
la cruz y creeremos en ti», El no podrá bajar. No porque unos clavos de hierro
se lo puedan impedir, a Él que es omnipotente, sino porque se lo impiden los
clavos del amor que no puede romper...
Y cuando siglos después en Paray Él descubra su pecho y muestre su
Corazón, en él estará la cruz como reclamo sublime, haciéndonos ver que ama
tanto a la cruz que la ha clavado en su mismo Corazón.
¡Si las almas conocieran que la cruz que encuentran en el camino de su
vida es una cruz tamizada por las manos de Dios, y ungida con la sangre de
Cristo, y que nos la presenta en su mismo Corazón!
Si nosotros nos abrazáramos a nuestra cruz con esa visión sobrenatural a imitación de Jesucristo, y nos dejáramos clavar a ella, pero con los clavos del amor; aunque el mundo pasara ante nosotros y nos dijera como dice hoy a tantos: “baja de la cruz”, es decir, vive una vida cómoda, huye del sacrificio, que ya hoy eso no se estila...nosotros no podríamos abandonarla, porque la hemos visto en el mismo Corazón de Cristo...
Corazón de Jesús leproso por amor
Por amor Jesús se abrazó con la cruz y murió en ella. Isaías lo vio
muerto, lleno de heridas y dijo que parecía un leproso. Así, por amor nuestro
quiso ser leproso, y parecerlo en el madero. Desde la planta del pie hasta la
corona de la cabeza no había en Él parte sana.
Un día Jesús pasaba por Palestina, se dirigía a Cafarnaúm y a la vera
del camino un leproso le salió al encuentro, y cuando lo vio cerca comenzó a
gritar: “Señor si tu quieres me puedes sanar”. Jesús que era hombre como
nosotros, tuvo que sentir la natural repugnancia que todos sentimos ante estos
enfermos cuyas carnes corrompidas se caen deshechas... pero era tanta su
caridad con todos, que como dice el Evangelista literalmente, le dio un vuelco
el corazón, y aunque hubiera podido sanarle de lejos sin acercarse a él no obstante
el Maestro se acerca y aquella mano limpia y pura se posa sobre aquellas llagas
purulentas, y la carne del leproso se vuelve limpia como la de un niño recién
nacido.
El leproso se debió retirar del Maestro no sólo contento porque Jesús
lo había sanado, sino también lleno de agradecimiento porque lo había tratado
como nadie, ni aun sus mismos familiares, ya que todos huían de estos enfermos.
Jesús, “el leproso de Isaías”, también desde la cruz nos está diciendo:
“Si tu quieres me puedes sanar”. Puedes curar mis llagas. ¿Y cómo? Con el
bálsamo del amor.
Un pecador veía al niño Jesús en brazos de su Madre lleno de heridas, y
la Santísima Virgen le dijo a ese pecador, que estaba arrepentido, que besase
aquellas llagas. Así lo hizo, y las llagas del Niño Jesús iban quedando
curadas. Sin duda aquel pecador ponía amor en aquellos besos que daba a Jesús
en sus heridas.
Amemos al “Divino Leproso del amor”, que en la cruz nos pide que lo limpiemos de sus heridas. Démosle amor, mucho amor y ese será el modo de curar su humanidad destrozada por nuestros delitos y su Corazón herido por nuestra ingratitud.
Corazón que despierta las almas al amor
Nos dice el Evangelio que Jesús llegó en cierta ocasión a la casa de un
hombre rico, cuya hija estaba muy enferma.
El padre había ido en busca de Jesús, a ver si la curaba. Pero Jesús
llega tarde... La gente que rodea la casa se lamenta, porque la niña ya estaba
muerta. Pero Jesús dijo: “No está muerta, está dormida”.
Estas palabras, ¡cómo se podrían aplicar hoy a tantas almas, a tantas
de nuestras jóvenes!
Hay muchas almas que duermen el sueño de su novela, de su fantasía, tal
vez de un ideal utópico... No están muertas, es decir no son malas, pero están
dormidas; como dormidas estaban a la luz de sus lámparas que se apagaban
aquellas jóvenes del banquete de bodas de que también nos habla el Evangelio.
Y en la vida hay que despertar forzosamente: pero cuántas almas hay que
despiertan muy tarde, y tal vez al choque brutal de una realidad imprevista...
No estaban preparadas, su vida se había deslizado entre sueños. Y como aquella
joven de la novela tendrán que decir: “pero si tengo mis manos vacías; en qué
he empleado mi vida”.
La hija de Jairo estaba dormida, pero despertó ante Jesús del sueño de
la muerte. ¡Qué feliz despertar ante Jesucristo!
Si muchas almas, sobre todo jóvenes, conocieran al Maestro como lo
tuvo que conocer esta jovencita, llenarían su vida de algo más grande que las
cuatro vanidades, que tantas veces ocupan sus cerebros. Tendrían un ideal capaz
de hacerlas felices, porque la luz de Cristo iluminaría el camino de su
vida...
Las jóvenes de hoy tienen tanto peligro de seguir los ejemplos de
cualquier protagonista de cine o de novela y de entregar el corazón al primero
que se lo pida... Es necesario que miren a Cristo, pero con visión profunda.
Tienen que conocer ese Corazón que ama como nadie ha podido amar.
Si despertaran para polarizar su alma hacia Jesús, ¡qué feliz el despertar de esas almas!
Corazón que derrama torrentes de gracia y de perdón
Jesús desde la Cruz podía contemplar todo el panorama de su vida entre
nosotros.
Veía las ingratitudes, envidias, desprecios y crímenes contra El, que
había pasado haciendo bien y sanando a todos...
Había venido a los suyos, y no le habían recibido. Su nacimiento en un
establo era algo vergonzoso para el Hijo de Dios, el Mesías esperado por el
pueblo elegido...
Su vida oscura de obrero en Nazaret, para Él en quien se encerraban
todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios...
Sus caminos y sudores por la ingrata Palestina en pos de las almas,
donde había recogido tanta ingratitud e incomprensión... Y luego el drama de su
pasión tejido de injusticias imponderables y crueldades inhumanas.
Hasta el último momento, sus enemigos habían pasado junto a su cruz
amargándole con injurias en su agonía.
Con razón el poeta indio Tagore hablando con Jesús le dice: “¿Por qué
no naciste entre nosotros, nosotros te hubiéramos tratado mejor?”
No obstante, cuando ya Jesús ha muerto, se abre su corazón para
derramar torrentes de gracia y de perdón sobre nosotros causa de su pasión y
muerte en cruz.
Torrentes de perdón, eran necesarios para lavar tantos crímenes; para
infundir confianza a los que habríamos de acudir contritos y humillados a ese
Corazón abierto, refugio siempre patente de salvación.
Torrentes de gracia para esas almas que un día fueron pecadoras pero
que ahora han sido injertadas de nuevo en esa Vid Divina a fin de recibir la
savia que brota de esa herida, y para que en El encontraran ese lugar de
descanso en medio del mundo que las rodea...
Todo nos ha venido de ese santuario de la generosidad divina. De ese corazón de Cristo que, como dice Pinard de la Boullaye, ha sentido arder en sí toda la caridad que el Todopoderoso prendió en un corazón humano; más aún: ¡la caridad in creada!
A lo más íntimo de Jesucristo por su Corazón
San Pablo nos habla de las riquezas insondables encerradas en Cristo,
y muestra deseos de que conozcamos cuánta sea la longitud, la latitud y la
sublimidad y lo profundo, de esa caridad eminente del Hombre-Dios.
Pero la mayor parte de los cristianos, por desgracia se quedan muy al
margen de ese conocimiento; es que como decía un discípulo de San Bernardo,
para conocer a Jesús plenamente había que llegar a su mismo corazón.
El P. Hoyos tiene en una de sus visiones, lo que pudiéramos llamar, una
alegoría. Aparecen ante sus ojos tres clases de almas que miran a Jesús. Unas
están quietas, contemplándolo sí, pero de modo superficial. Son almas que leen
el Evangelio, admiran lo que Jesús ha hecho, pero no descubren nada más... Otras
sienten la divina impaciencia de penetrar más adentro, como si sospechasen los
tesoros que hay en É1... Finalmente hay otras que por la llaga del costado han
penetrado en su mismo corazón. Y esas son las que han podido conocer con más
perfección cuanto de grande, cuanto de sublime hay en el interior de Cristo,
ya que como hemos dicho, la psicología de Jesús es la del amor, la del corazón,
porque la fría inteligencia no puede explicar su vida ni su obra en el mundo.
Por eso, tantas almas santas antes de las revelaciones de Paray, nos muestran atisbos maravillosos de este amor al corazón de Cristo. Unos de modo más explícito, otros más veladamente. No solo Francisco de Asís que se abraza con Cristo en la Cruz y aplica sus labios a la llaga de su costado, para penetrar hasta el Corazón. Es Pedro Canisio que tuvo la visión clara de ese mismo Corazón a través del pecho de Cristo. Es también el mismo Luis Gonzaga, a quien vio un alma santa gozando inmensa gloria en el cielo, porque toda su vida la empleó en hacer actos de amor al Corazón del Verbo...
Polarizar nuestra vida hacia el Corazón de Cristo
Pablo de Tarso camina hacia Damasco lleno de furia contra Cristo y sus
discípulos. Es el auténtico perseguidor...
Pero la luz le envuelve, cae en tierra y escucha la voz de Jesús que le
dice: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”. Saulo caído levanta sus manos hacia
Él, y le dice: “¿Qué quieres que haga, Señor?”. El corazón de Saulo ya se ha
polarizado hacia Cristo. Ahora Pablo será perseguidor de Jesús en la segunda
acepción del verbo perseguir.
Se persigue al enemigo porque se le odia, pero también se persigue por
amor... Se persigue a la persona amada... se persigue un puesto elevado..., se
persigue el dinero. Y Pablo ya no respira otra cosa, no tiene otro ideal, sino
Cristo... hasta que diga: “Mi vivir es Cristo”...
Y este es, el que nos presenta en sus cartas indicios maravillosos, a
través de los cuales podemos vislumbrar, que él había conocido eso que se
encierra en Cristo, ese misterio insondable, misterio de amor que un día
aparecerá más claramente sin celajes, pero que sin duda en la intimidad de su
amor a Cristo él tenía que sentir: «las riquezas insondables que se encierran
en el Corazón de Jesucristo»...
Eso es lo que el mundo necesita, perseguidores de Cristo a lo Pablo;
que hablen de El porque lo tienen en el fondo del alma, y que vivan su doctrina
y su espíritu, que amen al Cristo auténtico de que él nos habla: el Cristo
crucificado que el mundo no quiere...
Siglos más tarde, otro perseguidor de las glorias del mundo, caerá herido en la defensa de una fortaleza, para levantarse después como perseguidor de la gloria de Cristo. Es Iñigo de Loyola quien lo conoció íntimamente, y penetró sin duda por la herida del costado hacia su mismo Corazón.
Por Cristo, con El y en El
Todos conocen ese momento litúrgico que se llama la “pequeña elevación”
en la Santa Misa.
El sacerdote ha tomado en una mano la patena que contiene el cuerpo del
Señor, y ha dicho “Por Cristo, con El y en El, a ti, Dios Padre omnipotente, en
la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”.
Y aquí se encierra el gran programa de vida para el cristiano
auténtico. Ha de vivir por Cristo, como ideal de su vida, como norte adonde se
dirija, como luz y faro de su existencia...
Por Cristo, viviente en su vida, a quien ha de sentir cerca de sí como
padre y como amigo, como fuego propulsor de su actividad, porque según decía
San Pablo “es la caridad de Cristo la que nos impele”...
Por Cristo siempre dispuesto al trabajo y al sacrificio, a la deshonra
y al martirio... porque tenemos un Corazón que despide fuego de amor...
Con Cristo, porque nada podemos por nosotros mismos, pero todo lo
podemos con Aquel que nos conforta. Porque todo hay que temerlo de nuestra
debilidad, pero todo hay que esperarlo de su misericordia... como decía aquel
alma confidente de su Corazón.
¡En Cristo! injertados en Él, en su Corazón, sarmientos de esa Vid
Divina, que lleven a las almas la caridad que Él vino a traer a la tierra, y
que quiere que prenda por todas partes.
Del Corazón de Cristo lo ha de tomar todo el cristiano, porque éste es el santuario de la generosidad divina que contiene lo más santo: el amor de Jesucristo, amor espiritual, amor sensible presentado por Él a nuestros ojos en su Corazón, para que de algún modo lo veamos, ya que el amor en sí mismo es invisible. Por eso dijo: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres”. Corazón humano como el nuestro, pero... ¡Qué diferente! Lleno también de amor humano, tan fuerte y vehemente como no lo hubo jamás, sino en ese Corazón... Injertados en ese Corazón han de incendiar al mundo los grandes apóstoles que la iglesia necesita hoy más que nunca.
Por María al Corazón de Jesucristo
La Virgen María ha jugado un papel importantísimo en la obra de la
salvación y santificación de las almas. Ella ha estado siempre junto a Jesús.
De Ella tomó carne el Verbo de Dios al habitar entre nosotros. En sus
brazos lo encuentran los primeros adoradores del Hombre-Dios. Por Ella realiza
su primera manifestación como taumaturgo. Nos la entrega como Madre en el
Gólgota, y al subir al cielo Jesús, será María la quede como Madre de esa
naciente Iglesia.
Vemos así la Voluntad divina de que vayamos a Jesús por María, su Madre
y Madre nuestra... Por eso se ha dicho que quien quisiera prescindir de la
Virgen para ir directamente a Jesucristo, no acortaba la distancia; sino que
por el contrario, la alargaba tanto, que le sería prácticamente imposible
encontrarlo. Ya decía Dante: “el que ora sin acudir a María la Virgen, pretende
que su oración suba al cielo sin alas”...
Cuando vemos los tesoros encerrados en el corazón de Cristo, cuando
escuchamos lo que la Iglesia nos dice en el prefacio de la Misa del Corazón de
Jesús: “Para que abierto el corazón santuario de las divinas larguezas
difundiera hacia nosotros los torrentes de su misericordia y de su gracia”, nos
preguntamos ¿Quien los podrá alcanzar?
Hemos visto muchas veces esas imágenes de la Santísima Virgen con Jesús
en los brazos; la mano de María señala el corazón que tiene el Niño a flor del
pecho. Parece que nos está diciendo: “Toma esos tesoros son para ti”. Pero al
ver estas imágenes y este gesto de la Virgen, viene a la memoria aquella
anécdota. Un Papa que se distinguió por su bondad, recibió el aviso de que un
niño de pocos años, pedía insistentemente tener una audiencia con S. S.;
sonrió el Papa ante la audacia de aquel pequeño y dijo en su bondad: “Pues que
pase el niño”. Tímido el niño fue acariaciado por el Papa que le preguntó: “qué
quieres tú de mí”. El niño responde: Que me des alguna cosa para mi madre que
está enferma en la cama. El Papa lleva al niño hacia su mesa y abre uno de los
cajones. Ante los ojos del pequeño aparecieron montones de monedas de oro y
plata. El Papa dice: Toma de aquí todo lo que quieras y se lo llevas a tu
madre. El niño miraba aquellas monedas con los ojos muy abiertos, pero no cogía
nada. El Papa le insiste, pero el niño no alarga la mano. Finalmente le dice al
niño el Papa: “Pero por qué no coges nada, si te lo doy yo? Entonces habla el
niño y dice: Coge tú, Papa, que tienes la mano más grande”. Así le tenemos que
decir a esa Virgen nuestra Madre cuando la vemos señalarnos los tesoros del
corazón de su Hijo: Coge Tú Madre, que yo tengo la mano muy pequeña, que soy
miserable... Coge Tú que me darás a torrentes las gracias encerradas en el
Corazón de Cristo.